lunedì, agosto 22, 2005

Si llueve abrí la ventana

De pronto buñuelos de acelga me aslatan. Correr del CBC a casa bajo la lluvia un viernes a la una y media del mediodía. Que haga un poco de calor húmedo. Llegar chorreando por esa tormenta tan caprichosa de mediados del Otoño Porteño*, que en casa no haya nadie. Poner el disco ese que en ese mes me ilumina y me parte todo por adentro donde están las tripas y todo eso revuelto. Entonces, los buñuelos de acelga, y comer con la mano, parado frente a la ventana abierta, viendo paraguas, corridas y meresbaloysemevaelbondi- laputaqueloparió. Y lo mejor: el olor de la tierra mojada mezclado con el del vapor de lluvia en el asfalto caliente del mediodía. El ruido de la lluvia, que es casi como el del mar, solo que carente del jueguito sensual, perpetuo streap-tease de las olas. Sí, la lluvia, al menos mientras dura, tiene esa constancia que relaja. El mar también, pero la constancia en su caso es permanencia de la inconstancia, no se si me explico.

Esto que te decía fue la felicidad para mí, hará unos dos o tres años. Ni idea porqué, pero estando tan lejos de todo eso de golpe me sorprendo con una necesidad algo angustiosa de estar ahí otra vez. Lo jóvenes viejos. Siempre lo fuí. Por suerte apareció Ica y estuvo todo bien.

*Otoño Porteño, © Astor Piazzolla, 1969.