domenica, aprile 30, 2006

Premonición

Porque uno trata de explicar las cosas racionalmente. Uno busca las posibles causas de las cosas al final de hilos de pensamiento que, en realidad, muchas veces tienen nada que ver con lo que pasa o deja de pasar. Cuando haya un holocausto nuclear y un grupo más o menos heterogéneo de seres humanos sobreviva en una isla remota del caribe y engendre a la nueva raza humana, toda esta capacidad de digresión respecto de causas y efectos, respecto de causalidad y casualidad, todas estas grandes pérdidas de tiempo y dinero van a ir a parar a los libros de historia, que por supuesto ya no se leerán (ni se escribirán). Los nuevos humanos se preocuparán exclusivamente por el almuerzo y por la reproducción. Mientras tanto nosotros, seres primitivos que no llegamos a más que proferir teorías absurdas sobre el pasado y el futuro de la especie, seguimos perdiendo el tiempo tratando de descifrar el universo. Intentamos establecer conexiones entre cosas que vemos y cosas que imaginamos que pasaron. Pero esta es una actividad, admitamos, frecuentemente infructuosa (infértil, fruitless y frustrante. ¿Frusciante?). En cualquier caso: tres ejemplos de alteración evidente de las reglas de causualidad.
I - Una noche pienso que llevo años sin escuchar a los Paralamas, que tanto me gustaban cuando era chico. Pongo el disco, lo disfruto a lo lejos. A la mañana siguiente, Herbert Vianna está internado y agoniza. Esa noche sueño con que me encuentro a María Gabriela Epumer en Cabildo y Monroe. Ella lleva la guitarra enfundada y colgada al hombro, y me pide 50 centavos para viajar en colectivo. Se los doy y le pido que cuando hable con Charly le diga que le mando un saludo a Vianna. Se va en el 107.
II - Caminando por el recinto del Fórum de Barcelona durante el Festival Primavera Sound del año pasado, pienso en cómo sería imposible estar dentro de una muchedumbre de ese tipo específico en Buenos Aires y no encontrarse con ningún conocido, cosa que sí es perfectamente posible a 12 mil kilómetros del lado de acá. De pronto me doy cuenta de que sí me voy a encontrar con un conocido, y en los 2 segundos siguientes pienso también, de manera simultánea, no lineal sino superpuesta: ese conocido no me conoce a mí, ese conocido es famoso (o algo así) , ese conocido es alguien de la tele, alguien que lleva un tiempo desaparecido, ese conocido es en realidad el viejo notero de El Rayo, Alfred Olivieri, et voila: Aquí está el viejo Alfred. Lo que me extrañó del caso fue que la certeza de su presencia era tan grande que cuando me comprobé acertado no me sorprendí en lo más mínimo.
III - Hoy pensé en un comentario que me hizo Manuel hace poco respecto de comprar libros compulsivamente y no leerlos. Eso me llevó a pensar en la biblioteca privada más grande de no se qué región de los Estados Unidos (posiblemente California o algo más pequeño, quizás sólo Los Angeles), y en su dueño, Keith Richards. Pensé entonces en lo irónico que sería que ese hombre mono de más de 60 años muriese a causa de un accidente casero como puede ser una mala caída desde los tres metros de escalera móvil que separan el piso del estante de la D. No, Richards no acaba de morir a causa de tan improbable suceso, pero, sin embargo, tres minutos y medio después de haber descartado esos pensamientos, entro a la web de Clarín y leo: Keith Richards internado tras caer de un árbol.
Nada de esto es importante para nadie que no sea yo, pero, pregunto: ¿Ustedes entienden cuan inquietantes resultan estos eventos para la persona que los vive, o sea yo? Claro que estas cosas le pasan a todo el mundo, y a escalas mucho mayores (en In cold Blood están los testimonios de Perry Smith al respecto), pero ¿Importa tanto la experiencia propia como la ajena , aún cuando ambas son incomparables cualitativa o cuantitativamente? ¿Tuvo este texto sentido en algún momento? Ya te dije: perdemos el tiempo.